«A una Sonrisa de tu Sueño» Entrega 28

¡Buenos días!
Continuemos soñando, creyendo que lo mejor está por llegar, negando el horror que nuestros sentidos nos muestran y sintiendo en lo más profundo de nuestro corazón que saldremos adelante, saldremos reforzados y lo haremos juntos.

«A una Sonrisa de tu Sueño»
Entrega 28

V

«El hotel de Manuela rebosaba color y alegría. Se celebraba, por fin, el quinto cumpleaños de Rosabel. La tarde transcurría apacible y mientras al griterío de los niños se sumaba la charlatanería de los mayores, el destino se encargaba de sincronizar circunstancias y maravillosos encuentros.

A las seis y media exactamente, llegó la hora de la tarta. Linda Aurora salía de la cocina con un delicioso manjar de galletas y chocolate blanco entre las manos cuando se topó con ellos, con «los Carlos». Apenas llevaban un par de semanas en La Ribera, iban de allá para acá dándose a conocer y ofreciendo su ayuda con sumo respeto y amabilidad. Protagonistas de conversaciones y comentarios de todo tipo, «los Carlos» eran una novedad venida de La Ciudad con el propósito de protegerlos. Paseaban en un bonito y brillante coche que hacía sonar su sirena de vez en cuando para diversión de los más pequeños. Dos guardias que, debido a la inconveniencia de compartir nombre, obligaban a los lugareños a utilizar adjetivos como si fuesen sus apellidos… » he visto a Carlos… ¿qué Carlos?… el joven… ¡ah!» O… «he hablado con Carlos… ¿qué Carlos?… el más bajito».

Ese, el más bajito, el moreno, el más joven, el que a veces llevaba barba, el de ojos grandes, verdes y expresivos, el que en ocasiones ceceaba y siempre sonreía, era «el Carlos» que había vuelto loca de amor a la mismísima Ana.

– ¡Hola! – Linda Aurora los saludó amistosamente – ¡Qué sorpresa!

– ¡Hola! – dijeron «los Carlos» al unísono – disculpe, no sabíamos que… – era «el Carlos» alto, el calvo, el de gafas y rictus serio quien hablaba.

– … se celebraba algo – continuó su compañero – solo queríamos presentarnos y ponernos a vuestra disposición – sonrió al terminar la frase y miró, sin querer mirar, la tarta que llevaba Linda Aurora en las manos.

– Es el cumpleaños de mi niña y por supuesto estáis invitados – devolvió la sonrisa y con un gesto les indicó que la siguieran, la fiesta se estaba celebrando en la piscina.

«Los Carlos» aceptaron la invitación. En la piscina el alboroto era monumental, los niños, arremolinados en torno a Rosabel la ayudaban a desenvolver los regalos. La libreta roja de gruesas tapas decoradas con mariposas y unicornios, la entusiasmó. Ya tenía su propio libro de Guardiana. Solo le quedaba volver a charlar con su abuela y la felicidad sería completa.

– Te superas – Fabián, repetía tarta.

– Gracias – dijo Linda Aurora besándolo en la mejilla – ¿Has visto a Ana?

– Al principio – respondió distraído.

– Estará en el Jardín, voy a ver.

Pero en el Jardín no la encontró, ni en la cocina, ni en la piscina, ni en el bosque… «¿dónde se habrá metido?», se preguntaba Linda Aurora, «Ana no se marcharía sin despedirse».

Se equivocaba. Fue ver aparecer a «los Carlos» y salir despavorida sendero abajo. Una hora tardó en regresar, justo el tiempo que le llevó recorrer El Bosque – La Laguna, ida y vuelta, y decidir cómo resaltar su belleza.

– Nos vamos – dijo «el Carlos» más alto, el sol se estaba ocultando y tenían que regresar al puesto – estaba todo delicioso, muchas gracias por la invitación y ya sabe dónde encontrarnos si necesita algo.

– No hay de qué – respondió educadamente la Guardiana – ha sido un placer – les dijo mientras los acompañaba hasta la puerta. Y fue allí, despeinada por el viento y con los ojos brillantes, donde encontraron a Ana.

– ¡Hola! – saludó cantarina mientras ajustaba su escote palabra de honor dejando al aire sus bronceados hombros. Estaba muy hermosa con el cabello alborotado y un vestido rojo como su carmín.

– ¡Hola! – respondieron «los Carlos». Linda Aurora se quedó sin habla ante semejante visión.. «¿con tacones?, ¿en bici?, ¿en serio?, ¡está loca!… ¿y ese vestido?, ¿y esos labios? ¡Madre mía!»

– ¡Qué casualidad! – exclamó «el Carlos» que siempre sonreía.

– ¡Sí! ¿verdad? – Ana miraba el suelo frotándose las manos sin parar.

– ¡Increíble! – de nuevo «el Carlos» guapo hablaba – ayer nos vimos en la escuela, antes de ayer en la Iglesia…

– Sí, sí – sonreía nerviosa – qué casualidad.

– … y el anterior en su tienda de bicis, señorita – «el Carlos» alto, el que no bromeaba y siempre hablaba de usted, dio por terminada la conversación.

Los vieron marcharse en su flamante coche y la bobalicona sonrisa que persistía en el rostro de su amiga confirmó las sospechas de Linda Aurora. Ana, su Ana, se había enamorado».

VI

» Fue Marla quien tranquilizó a Fabián… «¡la han encontrado sana y salva! ¡Gracias a Dios!»

– ¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios! – repetía también él, sentado en el suelo y ante las lechugas que lo habían estado escuchando con tanta paciencia mientras lloriqueaba como un niño – ¿estaba sola?, ¿está bien?, ¿seguro? – verlo derrotado enterneció a la Guardiana.

– Sólo sé que está con su madre y se encuentra bien – le tendió su mano.

– Eso es lo importante, eso es lo importante.

– Sí, eso es lo importante – le hablaba con una dulzura que jamás antes había utilizado con él – ven, levántate de ahí y acompáñame a la cocina – y mientras Fabián obedecía, la Guardiana lo distrajo con la promesa de empanadillas, panecillos de nueces y la inminente llegada de su niña.

Rosabel había desaparecido por la mañana. Nadie la había visto y no había rastro de ella ni de su triciclo. Nada, en ningún lugar, y eso que la buscaron por todos, en «Felicidad» y también en el hotel, el bosque, el sendero y el río. Por fortuna fue más allá, a cinco kilómetros, en La Aldea, donde la encontraron sentada en la fuente del Parque Maravillas rodeada de cartulinas blancas en las que se podía leer repetidamente la palabra «NO», tachada con una enorme cruz roja que sin duda pretendía hacerla desaparecer.

Estaba en silencio, contemplando el ir y venir de unos y otros cuando D. Braulio la vio. Le extrañó la falta de compañía y no dudó en llamar al hotel, fue Linda Aurora quien contestó y sin pensarlo dos veces tomó el sendero pedaleando como si estuviera poseída. En sus prisas, olvidó decir a los demás que Rosabel había aparecido y tuvo que ser el cura quien volviera a llamar para dar la buena nueva a los que todavía se afanaban por encontrar a quien ya no se hallaba perdida.

Al primer y sentido abrazo le siguió una inevitable regañina.

– ¡Estás loca! ¿Cómo se te ocurre? ¡No vuelvas a hacerlo en tu vida! – a Linda Aurora no le importó la presencia de espectadores – ¡Esto tendrá consecuencias, no lo dudes! – tampoco le suavizó la mirada traviesa de su niña, ni su pelo despeinado – ¡Venir sola! ¡Sin decírselo a nadie! ¡Y en pijama! – su tono, alto y severo, contrastaba con los abrazos que le daba sin cesar – ¡No puede hacer algo así!

– ¿No? ¿Por qué? – preguntó desafiante.

– Porque eres pequeña, porque estábamos preocupados, porque podría haberte pasado algo, porque es peligroso – la liberó de su abrazo y se sentó junto a ella – porque no sé qué haces aquí con todo esto – señaló las cartulinas esparcidas por el suelo – … no me gusta esto Rosabel, no me gusta nada – de nuevo la rodeó con sus brazos.

– No soy pequeña, soy poderosa – dijo intentando escabullirse de los brazos de su madre – y no es peligroso porque mi abuela me protege – la miró fijamente y elevó el tono de su voz para decir con contundencia – ¡el mundo no es peligroso! ¡el mundo es maravilloso!

El camino de regreso al hotel lo recorrieron en el vehículo de D. Braulio. Linda Aurora y Rosabel se sentaron juntas en el asiento de atrás y la Guardiana no dejaba de abrazar a su hija por mucho que eso molestase a la pequeña. El aroma a Miel con Café pronto inundó el habitáculo y la conversación que entablaron captó de inmediato la atención del señor cura, que sin poder evitar apartar la mirada del sendero, curioseaba a través del espejo retrovisor encontrándose, sin esperarlo, con más de una burla de la dulce Rosabel.

Cuando la niña explicó que odiaba la palabra «NO» y quería que todo el mundo se enterara de que se trataba de una palabra dañina que tenían que dejar de pronunciar, D. Braulio fijó sus ojos en los de Rosabel en el espejo, y ésta, para sorpresa y sonrojo de su madre, masculló muy seria…»le dices a éste que se meta en sus asuntos o se lo digo yo».

Fue la primera muestra de osadía, a ésta, siguieron muchas más y es que el breve trayecto hasta el hotel estuvo de lo más animado. A la indiscreción del cura se sumaba el descaro de Rosabel y el apuro de Linda Aurora. Cuando la niña afirmó con rotundidad que la noche anterior había hablado con Candela, su madre le indicó con un gesto que hablara más bajito, consejo que fue seguido por un sonoro carraspeo del sacerdote. La niña hizo caso omiso y siguió con su relato, estaba entusiasmada y le traía sin cuidado la discreción, había hablado con su abuela y ésta le había dicho que siguiera su corazón… «adelante, haz lo que creas que tienes que hacer, yo estaré contigo», fueron sus palabras. A semejante comentario el cura no puedo evitar volver a mirar por el retrovisor, encontrándose en esta ocasión con una sonora pedorreta… «¡por favor, Rosabel! ¡pide disculpas inmediatamente!…» increpó Linda Aurora… «¡ni pensarlo, que no mire!»

D. Braulio, con la intención de atajar los desvaríos de la pequeña, de tanto en tanto introducía algún tema de conversación, pero ésta no estaba dispuesta a callarse y siempre replicaba… «estoy hablando yo», o …»dile a ese que se calle», a lo que Linda Aurora, estupefacta y muerta de vergüenza repetía… «por favor, Rosabel, no seas maleducada, pide disculpas… lo siento mucho, es que lo está pasando muy mal…»

A pesar del empeño que puso la niña en fastidiar al cura, éste consiguió hablar del buen tiempo que hacía, de lo crecido que bajaba el río para esa época del año y de la buena de María, de lo enferma que estaba la pobre, de lo sola que se sentía y de lo mucho que echaba de menos otros tiempos. Las palabras justas para terminar de desmoronar a Linda Aurora que llevaba semanas, por no decir meses, posponiendo su visita.

De regreso en el hotel, justo a sus puertas, terminaron madre e hija fundiéndose en un abrazo con Fabián y Marla, mientras D. Braulio los observaba desde el coche rumiando una oración y santiguándose sin parar».

Continuaremos mañana… ¡feliz día!

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