«A una Sonrisa de tu Sueño» Entrega 27

¡Buenos días!
Descubramos la vigésimo séptima entrega de «A una Sonrisa de tu Sueño». (Página 175 de 390)
Si acabas de incorporarte a la lectura de esta novela te recuerdo que está disponible desde el principio y ordenada cronológicamente en mi muro. (Click en mi foto o nombre y ¡listo!
A los que siempre estáis ahí, deciros que el domingo (entrega 30) será la última y que la perseverancia y lealtad tienen recompensa…

III

«Sí tía, estamos a solas…», Linda Aurora no quiso entrar en más detalle. Calló la huida desesperada del huésped y la tristeza y desconcierto que a posteriori embargó a su esposa, como también silenció que había recuperado su don. Llevaba en su ojo derecho un parche rojo a juego con su vestido y sentada tras la mesa de roble de la buhardilla sólo deseaba disfrutar de aquel maravilloso y desconcertante momento de su vida en el que su niña exhalaba un formidable aroma a Miel. Estaba impaciente por conocer cuál era el don de la dulce Rosabel y esperaba que su tía lo conociera. No existían registros, ni libros, ni le constaba alusión alguna a una Guardiana con esa fragancia, nada. Si su tía no tenía respuestas lo intentaría con Pío, pero sabía que su Ángel era poco dado a facilitarle las cosas y le diría algo como… «es tu experiencia, tu vida, ¡vívela y deja de preguntar!»

– ¡A Miel! – exclamó Marla sacando a Linda Aurora de sus divagaciones – ven aquí, ven conmigo – se dio dos golpecitos en las rodillas indicando a la niña que se sentara sobre ellas y cuando Rosabel obedeció, la abrazó tan fuerte como pudo – ¡mmm! ¡qué bien hueles!, tu mamá y yo tenemos que contarte un montón de cosas.

– Cosas de Guardianas, ¿verdad? – preguntó inocentemente.

– ¡Linda Aurora! – Marla se giró hacia su sobrina con los ojos muy abiertos – ¿le has hablado de las Guardianas?

– ¡Sí! ¡Todas las noches! – respondió entusiasmada Rosabel – ¡Y me encantan!

– Jovencita, ya hablaremos tú y yo – sentenció.

– Mi mamá me ha dicho que yo también soy Guardiana – dijo retorciéndose una de sus trenzas – pero no sabe cuál, ¿tú lo sabes? – miraba directamente a los ojos de su tía abuela sin dejar de juguetear con su pelo.

– No, cariño, no lo sé – respondió sin ser del todo sincera – en estos libros rojos – le dijo señalando la pared de la buhardilla – está la vida de centenares de hermosas y valientes Guardianas como tú – la besó en la frente – pero no hay ningún libro que se titule «Miel».

– Se quemaron – intervino Linda Aurora – hace muchos años, cariño, algunos se quemaron en un terrible incendio – se aproximó a la estantería y tomó cinco de ellos, eran rojos como los demás, pero parecían diferentes, más pequeños y estrechos, sus títulos: Lavanda, Menta y Jazmín – mira, cariño, estos son los libros de tus tías abuelas.

El tomo Lavanda recogía las impresiones y experiencias de Marla, y lo hacía de un modo intermitente como lo había sido el compromiso que ésta mantenía con su don. Sin embargo, eran tres los libros que rezaban en su lomo la palabra «Menta», y es que Berta, la pecosa Guardiana de los Sueños encontró en la palabra escrita una vía de escape cuando su voz se apagó en los últimos años de su vida. Y por último, otro titulado «Jazmín», el de Candela, el único que Linda Aurora no había tenido el valor de consultar jamás. Lástima, porque de haberlo hecho se hubiera sorprendido al encontrar notas sobre un hechizo, la receta de un dulce llamado «Lágrimas de pan», un tremendo desespero cuando comenzaron a aparecer los primeros recuerdos de su infancia y la muerte le tendía los brazos, el miedo ante la decisión de contar a una hija cómo había destrozado su vida, y finalmente coloridos garabatos que culminaban en una última y definitiva anotación, hecha años atrás, en la que un enorme corazón con su nombre y el de Rosabel ponía el punto final.

– Son diferentes – a Rosabel no le pasó inadvertido el tamaño de sus cubiertas.

– Sí, sus libros también se quemaron en el incendio y tuvieron que comenzar a escribir su historia desde el recuerdo – contó Linda Aurora – tú, también tendrás tu libro y será como uno de estos, ¡te encantará!

– No me gusta el rojo, lo quiero azul.

– ¿Azul?

– Sí, azul – reafirmó sin dudarlo – y con hadas, mariposas y un unicornio en la tapa.

– ¡Ni pensarlo! – exclamó Marla – los libros sagrados son rojos. ¡Y punto!

El resto de la conversación fue una historia repleta de magia y amor, a Rosabel le encantaba escuchar historias de Guardianas y Marla se reveló como una magnífica cuenta-cuentos, tanto que incluso Linda Aurora escuchaba atenta y embelesada los relatos de su tía… «cariño, yo soy la Guardiana de la Ilusión y cuanto toco a alguien con estas manitas…», decía mientras le ponía las manos frente a los ojos y las movía con gracia provocando la risa de la niña… » o les doy un abrazote con estos brazos que Dios me ha dado, se vuelven locos de ilusión, tanta, tanta, que pueden incluso contagiarla a otros…», y así, una a una, fue relatando los dones de la familia mientras Rosabel se henchía de orgullo al reconocer en aquellas magníficas mujeres a su amada abuela Candela, su tía e incluso su propia madre.

– Mamá, si eres Guardiana, ¿por qué no tienes ningún don?

– Sí lo tiene – Marla se adelantó a la respuesta de Linda Aurora – pero…

– Pero necesito mis dos ojos, cariño – señaló el parche que cubría su ojo – y solo tengo uno – estaba decidida a seguir guardando su secreto.

No contaría a nadie que había recuperado la visión. Tras lamentarse durante años de su ojo castrado y desear recuperarlo más que nada en el mundo, ahora se daba cuenta de que no quería que nada cambiase.

Marla seguía con su relato y era increíble la manera en la que expresaba amor al referirse a episodios tan duros como la locura de su madre, el progresivo silencio que se adueñó de Berta, la eterna niñez de Candela, sus dones, su magia, su compromiso y cuando se refirió a la necesidad de guardar secreto fue especialmente clara y contundente… «a nadie es a nadie, sería nuestro fin».

Rosabel se mostraba feliz y relajada, le encantaba formar parte de ese mundo y aunque la sorpresa hubiera resultado lo más natural, ella se sintió complacida y alegre, pero en ningún caso sorprendida. Había deseado ser Guardiana desde que escuchara el primer cuento de boca de su madre y sabía que no había nada que no pudiera ser, hacer o tener. Aquel día en el que su cuerpo amaneció exhalando aroma a Miel no era más que el día en el que recibió del Universo aquello que tanto había deseado. Se entusiasmó con aquella mágica confirmación porque comprendió que su madre tenía razón, que era poderosa, que su mente creaba aquello que pensaba y pronto volvería a hablar con Candela.

– Mañana sin falta, mi niña tendrá aquí su libro y tú, las llaves – dijo Marla poniéndose en pie.

– Gracias – Linda Aurora sonrió satisfecha, había soñado durante años con sus propias llaves de la buhardilla – ¿y eso? – preguntó dirigiendo su mirada hacia las manos desnudas de su tía.

– De eso ya hablaremos – sonrió y prosiguió – y por favor, toma tu libro inmediatamente y escribe en él : Soy madre de una preciosa Guardiana con aroma a Miel».

IV

«Felicidad, el hotel de Manuela y podría decirse que la Ribera al completo amanecieron con un refrescante aroma a Miel aderezado con Canela y Limón. Rosabel presentaba a partes iguales altas dosis de nerviosismo y alegría, se estaba preparando en el hotel una bonita y fantástica fiesta en su honor, por fin celebraría su quinto cumpleaños y esperaba impaciente formular su deseo antes de soplar las velas. A kilómetros de allí, donde el Xuello moría, la Isla del Faro se unía a sus emociones exhibiendo una silueta sonriente tan sólo perceptible para las aves.

– Al final ¿quién viene? – Marla montaba claras con una batidora – ¿sabes algo de Bruno?

– No puede venir, ahora está viviendo con su madre al otro lado de la Orilla, hace mucho que no lo veo – Linda Aurora se acercó al horno para comprobar que estaba encendido – un día tenemos que ir a hacerle una visita.

– ¿Compraste almendras? – preguntó de repente. Preparaba el dulce preferido de Rosabel, almendrados, y no era por su sabor o textura que los prefiriera, sino porque le encantaba colocar sobre cada uno de los pegotitos de masa una almendra.

– Sí, sí, compré almendras y harina de centeno. Lo tenemos todo – Linda Aurora se afanaba en extender la masa que acababa de preparar, sabía que Fabián adoraba aquel pan de centeno artesanal – a las cinco llegarán los niños, Ana un poco más tarde.

– ¿Las golosinas? – preguntó viendo entrar en la cocina a Rosabel

– De eso se encarga Fabián – espolvoreaba con avellanas y pasas mientras canturreaba – me siento feliz y me siento culpable por ello, ¿sabes?

– Pues no lo hagas, cariño – Marla se aproximó hasta su sobrina y la abrazó con ternura – hemos nacido para ser felices, si en la tristeza aparece un atisbo de alegría, paz o sosiego, agárrate a él como si fuera el último. No lo será. Siempre hay más destellos o instantes en los que ser feliz, pero procura no desperdiciar los que lleguen a ti. Son valiosos y únicos – se limpió las manos en su delantal blanco y entregó a Rosabel un cuenco de vidrio azul repleto de almendras – toma cariño, de una en una, ¿eh?

– ¿Y las que sobren? – preguntó endulzando la voz.

– Las dejas en el tarro – Linda Aurora se adelantó a la respuesta complaciente de Marla. Todavía recordaba el empacho que sufrió la última vez que prepararon almendrados.

La niña aceptó a regañadientes, colocó 4 almendras en sus correspondientes bolitas de masa y cansada porque la novedad había desaparecido salió de la cocina en dirección al Jardín, allí siempre encontraba diversión y ahora que era Guardiana, todavía más. Le encantaban aquellas pelusillas negras que revoloteaban alrededor de todo el mundo y le parecía un pasatiempo fascinante soplar sobre ellas y hacerlas desaparecer. Algunas incluso emitían sonidos semejantes a quejas o lamentos. No lo podía evitar, si aquellas nubecillas aparecían ante ella, soplaba y soplaba hasta eliminarlas.

– Tía, Rosabel sopla – dijo Linda Aurora tras comprobar que su hija había abandonado la cocina y no podía escucharla.

– Lo sé, la he visto, pero su mechón blanco no ha aparecido – respondió mientras cortaba en tres pedazos iguales la masa de hojaldre que acababa de sacar del horno.

– ¿Y si al ser una Guardiana especial no tuviera el mechón? – se mostraba preocupada – sopla a diestro y siniestro todo el día. Fabián hace preguntas, cree que está desarrollando algún trauma por Candela y yo no sé qué decirle.

– Habrá que pedirle mesura y control – dijo esparciendo con la espátula una deliciosa crema.

– No podrá. Es pequeña – Linda Aurora tomó a Marla de la mano y en clara alusión a la desnudez de ésta, preguntó de nuevo – ¿y eso?

– Ya te dije que, de eso, hablaríamos luego.

Marla se debatía ante un dilema. No había sido sincera con Linda Aurora. Recordaba las historias que su madre les contaba antes de dormir, y en una de ellas, una que repetía con frecuencia y relataba como si le fuera la vida en ello, la protagonista era una valiente y hermosa Guardiana que exhalaba un delicioso aroma a Miel y vivía atemorizada bajo la amenaza de un malvado brujo al que nunca podría derrotar. Si aquella fábula era realidad o no, deseaba no tener que descubrirlo jamás».

Mañana tenemos una cita… ¡no lo olvides!

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