«A una Sonrisa de tu Sueño» Entrega 1

Voy a poner mi granito de arena y cada día compartiré con vosotros un trocito de mi novela «A una Sonrisa de tu Sueño».

Comenzaré por el principio, como está mandado, y terminaré cuando termine esta situación de confinamiento que a priori se prevee tendrá una duración de 15 días. Esperemos que así sea. Recordar que sí hay algo que podemos hacer y que además es muy importante. Quedaos en casa. Yo, también me quedo en casa.

Comencemos…

«A una Sonrisa de tu Sueño»

Capítulo I. Regreso al hotel.

I.

La Ribera dormía. El paso del tiempo poco o nada había afectado a la inocencia de sus gentes y la sencillez de sus tradiciones. Y es que allí, donde el río Xuello nacía, eran afortunados porque se podía disfrutar del amor que las Guardiana regalaban.

Aquellas hermosas mujeres vivían ocultando su condición, compartían sus días con lugareños y turistas que anhelaban descanso y abrazo, cada una con un don que compartir y todas con un propósito común que cumplir, darse a los demás. El precio por tan noble misión, siempre el mismo, su propia vida.

Linda Aurora había cumplido 19 años y hacía apenas unas semanas que su tía Marla y su madre Candela le habían confesado que era Guardiana, que todas las mujeres de su familia pertenecían a aquella especie singular de Seres a medio camino entre los Ángeles y los humanos y, que ademá ella era, nada más y nada menos que una Guardiana de Almas.

Cualquier humano que le fijara la mirada en sus ojos quedaría liberado de la culpa, sería libre del pesar y el resentimiento que hubiera atesorado a lo largo de su vida. Pero para desarrollar su don necesitaba los dos ojos y ella solo tenía uno, el izquierdo. El otro se lo había arrebatado su madre cuando tan sólo era una niña. Sin más, un buen día se lo secó. Su madre, Candela, la Guardiana del Miedo exhaló en su mirada azul todo el miedo que acumulaba en su interior… «por amor lo hice, mi niña, por amor…» le había confesado entre sollozos mientras la abrazaba y deseaba que su pequeña, su preciosa niña de pelo rojo pudiera liberarla de toda la culpa que sentía.

No podía ser, las Guardianas nacían para entregarse a los humanos, cuando intentaban utilizar sus dones en beneficio propio siempre alcanzaban el mismo resultado estéril y frustrante. Seguiría con su culpa a cuestas hasta que la muerte decidiera darle descanso, tanto como su hermosa niña tendría que arrastrar su confusión el resto de su vida. La había condenado a vivir como una humana cualquiera dando la espalda a su don, con la visión castrada, con las burlas haciendo diana en una sensibilidad perteneciente a otro mundo que la corroía por dentro con una endiablada lentitud. No saber quién era sería su condena. Candela, sin pronunciar sortilegio alguno y pretendiendo salvar a su hija de una muerte prematura, la había maldecido. (Continuará…)

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