Sr. Aroma

La historia de amor que más interés ha suscitado es la de Pandora y Sr. Aroma.

¡Descubrámosla!

«Tras la relación con Dr. Mirada, Pandora volvió a las andadas. El desprecio hacia sí misma se le había acentuado peligrosamente y sus criterios a la hora de decidir con qué tipo de personajes compartir su cuerpo no siempre resultaban los más apropiados.

Cuando abrió la última de las ventanas y lo vio, se le escapó una risita y se le iluminó la cara.

– ¡Mira quién está aquí! – tomó al muñequito en su mano derecha sin dejar de sonreír – no sabía quién podría aparecer al otro lado porque ya me he reencontrado con todos los hombres importantes de mi vida.

– Confundes los términos – Alma celebraba el efusivo recibimiento a Sr. Aroma, pero no dejaba pasar ninguna oportunidad en la que hacer reflexionar a Pandora – que alguien te haga daño, no significa que sea importante o valioso. Te habías olvidado de él, que no te hizo daño, más bien al contrario. Bajo mi punto de vista creo que te enseñó mucho, incluso más que alguno de los anteriores. No siempre se aprende a través del sufrimiento, y creer que sí, es un pensamiento que deberías vigilar.

Una música de saxofón, cálida, sensual y sugerente como pocas la acompañaba en el trance del volverse a ver. Además de la música, Alma había completado la escena con un precioso paisaje que desprendía frescura, un riachuelo que sin prisa y adornado por helechos verdes y brillantes descendía a lo largo de su curso tropezando con piedras y ramas que encontraba a su paso y lo convertían de tanto en tanto en una pequeña y alegre catarata. Bella sobrevolaba planeando al son de la melodía mientras Pitusa, sentada a la era del río sobre una enorme piedra blanca, introducía sus piececitos descalzos en el agua y los volvía a sacar rápidamente en un juguetón baile con las frías aguas.

Pandora se alegraba muchísimo de que se tratase del Sr. Aroma, era la última persona que esperaba encontrar tras alguna de esas ventanas, pero allí estaba. Sonriendo. Como siempre.

Alma obedeció la petición que mentalmente le hizo Pandora y cubrió su cuerpo, y además lo hizo como la ocasión requería, con un sugerente babydoll negro, cortito, muy cortito y transparente, muy transparente… «le hubiera encantado», pensó.

Lo tomó en una mano y se dirigió hacia el río, se sentó en la misma piedra en la que antes estuviera Pitusa y mientras Alma, con un leve movimiento de cabeza indicó a Bella que se alejara de allí junto con la niña. La dragona obedeció, aumentó su tamaño para poder cargar a Pitusa sobre sus espaldas. Aterrizó sobre sus patas delanteras junto en medio del río y la niña, que en ese momento chapoteaba aquí y allá, fue corriendo a su encuentro y trepó con gracia y facilidad por sus púas hasta sentarse cómodamente. Solo entonces, Bella emprendió el vuelo y se fueron haciendo cada vez más y más pequeñas, allá arriba en el cielo, hasta perderse de vista.

Sr. Aroma no era apto para la razón y la ternura. Las confesiones que iba a hacer Pandora, tampoco.

Era un chico rubio, con el pelo muy corto y un remolino en el lado izquierdo de su flequillo que, junto a su nariz chata y respingona le daba un aspecto infantil y travieso muy atractivo. De complexión atlética, le gustaba ocupar gran parte del tiempo en el cuidado de su cuerpo, cuerpo que más tarde desarmaba de puro placer en cualquier brazo que lo acogiera. Tenía unos ojos redondos, pequeños y muy azules que estaban rodeados por escasas pestañas, muy dispersas y despeinadas. Sus labios eran finos y siempre sonreían; se caracterizaba por vestir con elegancia fuera cual fuera la ocasión, y por cubrir su garganta con una pequeña bufanda en tonos camel durante los inviernos.

Olía a mar.

Y a Pandora, que había sufrido devastadores terremotos en su vida pero prefería los maremotos, su aroma le resultaba irresistible. Terremotos y maremotos remueven, ambos destruyen con una fuerza imparable, pero el mar es bello. Tiene sabor y olor. El mar siente. Responde y reacciona. El mar está vivo. El mar le recordaba a él.

– Si a ellos no les pido ser perfectos, ¿por qué me lo exijo a mí misma? – jugueteaba con Sr. Aroma entre las manos, era la imperfección -a criterio de Pandora- personificada. – Comprendo sus debilidades, me enternecen e incluso me enamoran. Me relajan porque me hacen sentir cómoda, a gusto. En cambio, yo me exijo perfección.

– Es mejor aceptarse y amarse. Yo te amo. Eres adorable, con todos tus defectos, sobre todo por tus defectos.

– Gracias – sonrió con dulzura. – Racionalmente rechazo esta obsesión por querer ser perfecta siempre y ante cualquier circunstancia, pero ¿por qué rige mi vida?

– Porque yo lo creo. Dame algo diferente en lo que creer y eso desaparecerá para siempre. No recordarás ni haberlo creído en alguna ocasión. Quiero salvarte porque tú quieres salvación. Dame algo con lo que poder hacerlo. Quiero complacerte y hacerte feliz, liberarte de bloqueos. Pero tú decides, yo tan solo obedezco.

– ¿Qué puedo hacer?

– Dormir más y no interferir repitiendo en bucle los mismos argumentos e ideas que te han conducido hasta este estado.

– Dormir más… dormir siempre… quizá el perdón me devuelva lo que me quitaron. No sé qué me han arrebatado, pero algo me han robado, lo sé porque así lo siento… supongo que unos la ilusión, otros la dignidad, la fuerza, las ganas de seguir… mi capacidad de amar, mi entrega, mis ganas de perderme en otros brazos – levantó a Sr. Aroma y lo puso frente a la cara de Alma – él en cambio, me conoció de verdad, a él me rendí sin reservas, me conectó con una parte de mí que no conocía y por esa razón le doy las gracias.

– ¿Quieres hablarme de él?

– Será un placer.

«Era puro fuego. Sexual y juguetón. Como te decía, consiguió conectarme con una parte de mí desconocida y que tras marcharse de mi vida, no he vuelto a encontrar en ninguna otra mirada, sabor, caricia o sonrisa. Pero sé que esa «yo», oculta y latente, forma parte de mí y además reconozco sin pudor ni vergüenza que me fascina.

Llegó a mi vida y sin despeinarse me alborotó el descaro y la golfería convirtiéndolo todo en puro disfrute. El vicio, también. Un poco la obsesión. Y me encantó esa versión de mí misma… por lo sorpresiva que resultó y por lo excitante que me parecía todo. Algo en mí había permanecido dormido toda mi vida, pero un buen día, él sin proponérselo y yo sin esperarlo, lo despertamos.

No te rías, ya sé que estoy redundante y he repetido muchas veces cuánto me gustó, pero muchas siempre serán pocas, te lo aseguro. Insisto, era un dios del sexo.

Y poco más. O nada más. Pero reconozco que en lo suyo, era el mejor. De no ser por él, algo inmenso en mí habría terminado en la tumba sin estrenar.»

Alma rio por lo bajo. Otra vez incidía en lo mismo.

«Todo era natural, divertido, morboso, no había implicación emocional de ningún tipo, nuestra relación fluía con su propio ritmo sin necesitar ataduras ni compromiso. El deseo y las ganas del uno por el otro nos mantenía unidos. El sexo era lo que tenía que ser, ni más ni menos, y su absoluta falta de moralidad me contagió de una gozosa falta de vergüenza. No me curó del mal de la humillación, pero a su lado sentí alivio, crecí como mujer, me sentí deseada como nunca antes me había sentido. Él no me cuestionaba, no me examinaba, bromeaba con mis dramas, no alimentaba mi desánimo. Yo le valía tal y como era. Y eso resulta ¡tan liberador!

Ha sido el único de mis amantes que me ha conocido realmente. A él me entregaba sin reservas, tal cual. Supongo que el miedo y la vergüenza (seguramente ambos y alguna que otra traba más), me impedían dejarme llevar con los demás, pero él era diferente.

Lo conocí en una fiesta, no me gusta mucho trasnochar y salir de copas, pero aquella noche de verano fui a pasa un rato a una discoteca junto al mar, era el cumpleaños de una amiga y yo no tenía nada mejor que hacer. Todo el mundo me parecía tan idéntico entre sí, tan gris… hasta que apareció él. No pude dejar de mirarlo, supongo que le parecí demasiado obvia, pero ni me importó entonces, ni me importa ahora. Apenas recuerdo cómo empezamos, pero sí que se acercó hasta mí y con una habilidad que podría tildarse de profesional, entabló una conversación amena y agradable. No culparé al ron y asumiré toda la responsabilidad. Apenas tres frases del típico -hola, ¿cómo estás?- le lancé descaradamente y sin venir a cuento un sugerente y más que explícito… «¿te apetezco?»

– Jajaja – Alma reía a carcajadas, uniéndose a su risa la de Pandora. Recordaba perfectamente aquel momento y los que vinieron después, y tenía toda su esperanza depositada en que este muchacho de alegre moral volviera a salvarla – ¿en serio?

– Sí, ya te he dicho que despertaba algo en mí… – metió su mano en el agua y salpicó a Alma – no disimules… sé que lo sabes todo.

– ¡Eh! – exclamó divertida imitando su gesto y comenzando una refrescante batalla con las gotas de agua como única artillería – sí, sí, me has dicho y redicho que te despertaba algo… ¿y?

– Pues que no mostró sorpresa, yo creo que lo esperaba de un momento a otro así que, la pregunta me pilló más desprevenida a mí que a él.

– ¿Y?

– Se abalanzó sobre mí – depositó a Sr. Aroma sobre una hojas de helecho y se giró hacia Alma antes de que volviera a preguntar.

– ¿Y?

– Terminamos retozando en la playa. Pero , ¿por qué preguntas tanto? ¿Tú no lo sabes todo? ¿no sabes incluso más que yo?

– Pues sí, pero me encanta verte sonreír, me encanta escucharte hablar ilusionada y el Sr. Aroma fue, como bien dices, una bendición. Continúa, por favor. Y no lo dejes ahí que se lo va a llevar la corriente.

«Tuve que poner ciertos límites porque él jugaba en otra liga, bueno en realidad solo le puse una objeción referente al números de comensales invitados al banquete… ya me entiendes. «Tú y yo, y basta», le dije un buen día, y debí resultar muy convincente porque con un escueto… «bueno, tú te lo pierdes. Pero sé que te gustaría», quedó el asunto zanjado y no volvió a mencionarse a lo largo de los seis meses que duró nuestra aventura.

Seis meses podría parecer poco tiempo, pero fueron suficientes para devolverme un poco de la autoestima perdida por el camino, yo creo que, solo por eso, se ha ganado un puesto de honor en la casita».

Pandora siguió las indicaciones de Alma y volvió a tomar entre sus manos a Sr. Aroma. Poco a poco le fue despojando de la ropa que llevaba puesta, de su bufanda, su chaqueta de botones redondos, sus zapatos de última moda, su camisa blanca, sus pantalones de pitillo… y cuando lo hubo desnudado por completo le pellizcó cariñosamente la nariz y le dio un largo y sentido beso en los labios antes de mostrarle su agradecimiento… «pequeñín, te mando estés donde estés, un enorme abrazo lleno de agradecimiento. Estoy segura de que no te faltará buena compañía, ni tampoco susurros y gemidos, aunque sin mal no recuerdo -y no recuerdo mal- contigo, precisamente los susurros y los gemidos brillaban por su ausencia, lo nuestro era pura lujuria, arañazos, gritos, palabras soeces. Siempre tan inoportuno. Siempre tan a tiempo. ¡Gracias!»

Y con suavidad lo dejó en el río y contempló con una sonrisa en los labios y el alma rebosante de apreciación su descenso… «hay personas que pasan por nuestras vidas sin saber que nos han salvado, tú eres una de esas personas».

Hasta aquí la historia de Pandora y Sr. Aroma. Si te has quedado con ganas de más, sumérgete en las páginas de «Alma (y su casita de muñecOs)».

No te dejará indiferente.

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