«A una Sonrisa de tu Sueño» Última entrega

Hoy os traigo la última entrega de mi novela «A una Sonrisa de tu Sueño».
Comencé a compartirla con vosotros con la única intención de aportar mi granito de arena en estos días de dolor, incertidumbre y miedo que compartimos la humanidad al completo.
Si he conseguido haceros soñar, aunque sólo fuera durante unos minutos, me doy por satisfecha.
Vosotros, habéis tirado de mí hacia arriba, hacia adelante, con vuestra silente presencia y vuestros hermosos comentarios.
¡GRACIAS!
Ahora, más que nunca, precisamos del otro. Solidaridad, responsabilidad y confianza conforman un triunvirato necesario.
Aviso que la entrega de hoy será más larga de lo habitual… merecerá la pena leerla hasta el final.

IX

» Era domingo por la tarde, Fabián y Rosabel dormían la siesta en «Felicidad» mientras Marla terminaba de recoger los platos de la comida. Ana y Linda Aurora trataban de aliviar la fuerza de agosto refrescando sus pies en la piscina.

– ¿Sabías que María está muy malita? – preguntó Linda Aurora.

– Sí, he oído comentar algo – respondió Ana cerrando los ojos y volviendo su cara hacia el sol – ya no va a misa ni nada, ¡imagínate!

– Esta tarde voy a verla, ¿vienes?

– No, esta tarde no puedo – mintió, desde que su padre muriera intentaba evitar enfrentarse a despedidas y María estaba más allí que aquí – pero que no se te ocurra ir de negro – dijo en clara alusión al vestido de seda que llevaba su amiga – María necesita luz, color y alegría.

No tardó en dar por concluida aquella conversación y comenzar a hablar de «su Carlos», porque desde que aquel muchacho de uniforme llegara a La Ribera, lo único que le importaba a Ana, era él. Llevaba unos días, justo los que el guardia guapo llevaba por allí, que no dejaba de pasar ninguna oportunidad para preguntar a Linda Aurora acerca del amor y sus misterios. Y ésta, que a ojos de su amiga debía ser toda una experta, no sabía qué contestar. No sabía si decir lo que oye decir a todo el mundo; si decir lo que ella cree que es; o decirle lo que siente por Fabián. Porque si el amor es tener mariposas en el estómago, dejar de comer, sufrir una inmensa pena si no se es correspondida, morir de dolor si lo imaginas en brazos de otra… no podía ayudarla, nunca había estado enamorada. Pero si el amor es sonreír cuando llegas a casa y él está esperándote, sentir paz en sus brazos, pasear juntos en silencio, compartir cada día, pensarte anciana y verlo a tu lado, entonces sí podría compartir su experiencia con ella.

Pero Ana sentía mariposas, y pasaba los días sin comer y las noches sin dormir. Tras arreglárselas para compartir con «su Carlos» conversaciones y cafés, su desazón había aumentado, ahora sabía que tenía en el corazón a una chica rubia, que como él mismo la había descrito era dulce, pequeñita y delicada. Una chica que tenía los ojos azules y su piel blanca, que siempre olía a rosas, hablaba cantando y tenía un sentido del humor que no había encontrado en nadie antes. Ana veía como le brillaban los ojos cuando hablaba de «esa mujer» que en unos días iría a visitarlo y si La Ribera le gustaba, le daría el «si quiero». Y Ana, escuchando sus palabras, quería morir, porque mientras él afirmaba que serían buenas amigas a ella le resultaba imposible soñarlo sin añorarlo.

– Carlos te gusta mucho, ¿verdad? – preguntó Linda Aurora.

– Sí, mucho, pero tiene novia.

– No sabía – jugueteó con los pies salpicando sin querer – ¿cómo se llama?

– Ni lo sé, ni me importa – respondió con desdén – la llama «mi novia».

– Olvídalo – creyó que todavía estaba a tiempo.

– Ya es tarde. Ahora ya está – dijo encogiéndose de hombros.

– Te hará daño.

– Ya duele.

Marla pasó junto a ellas y las saludó con una sonrisa, se dirigió hacia el Jardín, le gustaba pasar mucho tiempo allí. Era curioso lo que se parecía a Fabián en algunas cosas. Tardes enteras, sobre todo de fin de semana se las pasaban juntos en aquel vergel, ella sentada en un banco frente a los jazmines y él, sentado en el suelo frente a las lechugas.

Linda Aurora recordó la breve conversación que había tenido con su tía por la mañana, y es que, tras preguntarle por enésima vez por la desnudez de sus manos, le había respondido con una tranquilidad pasmosa… «pues ya ves, lo he decidido y no te preocupes cariño, cuando vengan a mí los recuerdos de la infancia, me tomaré una infusión bien cargadita de dormidera, llenaré mis bolsillos con piedras y me lanzaré al Xuello en busca de paz y descanso».

Desde la muerte de Candela su tía estaba muy cambiada, a partir de que sus manos regalaran ilusión a diestro y siniestro sin hacer distinción entre animal o humano, se la veía siempre rodeada de pajarillos que le revoloteabn todo el día e incluso se posaban en sus hombros o su cabeza, los perros la perseguían por el sendero, contentos y sin dejar de menear la cola y los bebés le sonreían y tendían sus bracitos en busca de un abrazo especial. A pesar de estar preocupada por ella, tenía que reconocer que nunca la había visto tan alegre, con los ojos así de brillantes y rebosante de vida y energía. Estaba bellísima con aquellos vestidos largos, vaporosos y su pelo suelto en una melena roja y ondulada que adornaba con diademas y coronas de margaritas blancas y amarillas.

Ana retomó el hilo de la conversación, sólo le interesaba hablar de «su Carlos»… «me encanta oír su voz al otro lado del teléfono, me encanta verlo, me encanta que roce mi piel, me encanta escucharlo, me encanta que cecee, me encanta su sonrisa, me encantan sus ojos verdes, me encanta su mirada, me encanta su pelo, me encanta su barbita, me encanta pensarlo, me encanta soñarlo, me encanta mirarlo e imaginar que le gusto, me encanta estar abierta a todas las posibilidades, me encanta tener esperanza, sería estupendo que fuera tierno, cariñoso, fogoso y decidido, sería estupendo que diera el primer paso, que fuera valiente, sería estupendo despertar junto a él, sería estupendo que me besara, que me deseara, sería estupendo vivir a su lado ilusionada y emocionada, sería estupendo saberme pensada, sería estupendo ver el deseo en sus ojos y sentirlo después en sus manos, sería estupendo vivir un divertido romance. Me encantaría que fuera mi cómplice, no me importaría tener una relación oculta, secreta, que fuera solo nuestra, divertida y sin demasiadas exigencias. Viviríamos felices, sin presiones ni compromisos. Disfrutaríamos de conversaciones profundas y también de otras frívolas, nos encantarían los besos furtivos, las miradas tiernas, aguantarnos las ganas y después volvernos locos revolcándonos, mordiéndonos, comiéndonos…» Llegados a este punto, Linda Aurora propinó a su amiga un fuerte empujón lanzándola a la piscina, un baño de agua fresquita le sentaría muy bien.

Rieron a carcajadas, y a pesar de lo estridente de sus risas, la Guardiana pudo escuchar la voz de Pío decir… «cuando Ana vuelva a preguntarte sobre el Amor, puedes decirle que el Amor no es divisible, sólo se expande; el Amor no niega, sólo afirma; el Amor no rechaza, sólo acepta; el Amor no excluye, sólo incluye; el Amor no desaparece, es eterno y por tanto no tiene principio ni fin; y si todavía no entiende la naturaleza del Amor, basta con que le digas que cada vez que sienta mariposas en el estómago y el corazón galopándole en el pecho, cierre los ojos y agarre esa sensación de zozobra con fuerza porque es hermosa, única y pasajera».

X

«La habitación de María se encontraba a oscuras, tan pronto puso un pie en ella, Linda Aurora se dispuso a subir las persianas sin pedir permiso. La estancia era sobria y modesta, un enorme crucifijo presidía el cabezal de la cama y junto a ésta, una mesita de noche acogía lo que parecía ser una Biblia, un vaso de agua medio vació y un termómetro. A pesar de lo poco ventilado del cuarto y de la enfermedad que se extendía con invisibles tentáculos, aquel lugar exhalaba curiosamente, una fresca y sugerente fragancia a Canela y Limón.

– Hola, cariño – la voz débil y quebradiza, los ojos vidriosos, los labios agrietados, todo en ella rezumaba enfermedad.

– Hola, María – le devolvió el saludo con una sonrisa mientras se aproximaba a la cama – ¿cómo estás? – se sentó junto a ella y le tomó la mano, no pudo evitar pensar que tenía que haber hecho caso a Ana, el negro no era un color adecuado para la ocasión.

– Esperando, mi niña – la miraba con detenimiento, como si intentara fijarla en su recuerdo – y tengo ganas, ¿sabes?

– ¿Ganas?

– De morirme – hablaba con naturalidad, no había rastro de pesar o miedo en sus palabras – no creas que no me gusta estar aquí, pero no así, no así…

– Vamos María, no diga eso mujer – Linda Aurora sentía que el llanto se le iba a desbordar en cualquier momento, quería escapar, pero siguió a su lado, cogida de su mano, sonriendo con dulzura.

– Hablo en serio, cariño. Ha llegado mi momento y estoy preparada – se removió entre las sábanas e intentó, sin conseguirlo, enderezarse.

– Yo te ayudo – se ofreció de inmediato – no te esfuerces, apóyate en la almohada, ¿estás bien?, ¿quieres algo?, ¿agua?, ¿algo de comer?

– No cariño, todo está bien – se acomodó como pudo para continuar – cuida de él.

– Lo haré – Linda Aurora sabía que se refería a Bruno.

– Es la única pena que me llevo – bajó el tono de su voz, temía ser escuchada por su cuñada – su madre lo quiere mucho, y lo cuida, pero su lugar es éste, en la otra Orilla no es feliz, no tiene amigos, no lo comprenden.

– No te preocupes, María, haré todo lo posible para que pase más tiempo aquí – hablaba con sinceridad – con Rosabel se lleva muy bien y Fabián lo quiere muchísimo.

– Gracias, gracias de verdad – sus ojos se llenaron de lágrimas.

Fue un impulso, algo de ninguna manera premeditado. Linda Aurora se quitó el parche de su ojo y fijó su mirada azul en la de María. Ésta sonrió, no comenzó a parlotear ni gesticular, sencillamente la miraba y sonreía en silencio hasta que pasado un buen rato dijo como muestra de todo arrepentimiento… «siento haber dudado alguna vez de la existencia de Dios, siento haber maldecido a mi cuñada por llevarse a la otra Orilla al bueno de Bruno y siento lo mal que me cae el cura… esa es toda la culpa que me daña en el alma… Gracias».

Y se marchó.

La Paz que envolvió aquel trágico momento convirtió el drama y el dolor en aceptación y una sensación de continuidad difícil de explicar. Linda Aurora sintió tal felicidad que no pudo reprimir llorar, eran lágrimas de satisfacción, de claridad, de gratitud y profunda aceptación.

Visitaría moribundos, esa sería su contribución, liberar almas en sus últimos momentos, ayudarlos a morir en Paz, ser un bálsamo de serenidad. D. Braulio podía ayudarla, cuando se presentía cercano el fin, era a él a quien llamaban. Estaba segura de que lo convencería para acompañarlo en sus visitas y así podría utilizar su don en secreto, en contadas y hermosas ocasiones, útiles como pocas.

María había muerto y a pesar de tener el corazón encogido, se sentía inmensamente feliz. Extraño contraste, extraña sensación».

XI

» Al cura le resultaba complicado poner en práctica el perdón que predicaba con tanto ahínco, y a pesar de haber transcurrido varios meses desde que Linda Aurora lo echara del hotel, seguía evitando que sus miradas se cruzasen. La Guardiana sabía que, si quería ganarse su aprobación tendría que emplearse a fondo y a D. Braulio no le bastaban las palabras de arrepentimiento, él quería hechos. Quería verla acudir a misa todos los domingos, que participara en la liturgia con sincera devoción, verla ante él, en el altar y con un ramo de flores dispuesta a abandonar el camino de pecado por el que tan notoriamente transitaba, y por supuesto, estaba deseando poder rociar a la pequeña Rosabel con refrescantes aguas bautismales.

A Linda Aurora le hicieron falta diez misas, cinco lecturas, pasar el cepillo en más ocasiones de las que le hubiera gustado, algún que otro donativo y alguna que otra negación…»¿catequista?¡no!… ¿boda?¡no!… ¿bautizo?¡tampoco!…» para conseguir una sonrisa de D. Braulio.

Pero la consiguió, y no necesitaba más. Tras aquella sonrisa y una vez terminada la misa lo siguió hasta la sacristía y sin saludo ni preámbulo formuló su petición a bocajarro:

– Me gustaría acompañarlo a ver enfermos.

– ¿Enfermos? – se giró par mirarla. Aquella muchacha no dejaba de darle sorpresas.

– Sí, Padre. Enfermos, muy enfermos – su voz mostraba ansiedad y es que lo que más deseaba Linda Aurora era liberar almas – enfermos a punto de morir, usted ya me entiende.

– ¿Y por qué? – su sorpresa iba en aumento.

– Porque tras la muerte de mi madre se me ha despertado algo, necesito dar consuelo a los demás… no sé, Padre, creo que el Señor me empuja a hacerlo – dijo hábilmente.

– ¿Y no te empuja hacia el altar? – el cura no dejaba pasar la ocasión para recriminarle su vida pecaminosa – en fin, está bien, te avisaré – dijo sin entusiasmo.

– ¡Gracias! ¡Gracias! – se arrodilló a sus pies y besó su mano.

– ¡Quita, quita! – rehusó gratamente complacido – pero que quede claro desde ya mismo que no soy un taxista, ¿eh? – la ayudó a levantarse y prosiguió con su advertencia – para ir y volver, te las arreglas tú solita.

– Descuido D. Braulio, todavía tengo buenas piernas.

– Y no vuelvas por aquí con tu hija si antes no pasa por la pila bautismal, ¿queda claro?

– ¡Clarísimo! – exclamó desde la puerta pensando en lo mal que le caía el cura y en cuánta razón tenía María».

XII

«Dos semanas tardó en volver a la Iglesia, esta vez en compañía de Fabián y a pesar de la advertencia del cura, también de la pequeña Rosabel. Un matrimonio, por todos conocido, renovaba sus votos. Cincuenta años de convivencia eran muchos años y sus hijos habían organizado una jornada inolvidable para celebrarlo. Toda La Ribera estaba invitada a disfrutar de un plan que incluía misa, comida al aire libre en el parque y muchísima emoción. No se lo podían perder. Incluso Marla, poco dada a esos menesteres consideró aquella ocasión como una oportunidad maravillosa en la que repartir un poco de ilusión aquí y allá.

La renovación de votos resultó, como era de esperar, conmovedora. Antes de comenzar la liturgia, uno de los hijos del matrimonio subió al altar y visiblemente emocionado pronunció estás palabras… «el matrimonio es uno de los compromisos más cruciales que una persona puede aceptar en su vida. Por ello, la renovación de vuestros votos es tan importante, os va a permitir recordar qué fue lo que os unió y cuáles fueron las promesas que un día os dijisteis frente a este mismo altar…»

Tras la misa, en la que el cura se aprovechó descaradamente de la gran afluencia de fieles para extender, mucho, muchísimo, un tedioso sermón, los cuatro hijos del matrimonio y tres de sus nietos, se fueron turnando en la lectura de unas palabras repletas de admiración y gratitud:
«Nos hace mucha ilusión poder acompañaros en un momento tan especial, y damos las gracias al Cielo por ello.
Nos sentimos profundamente afortunados por ser testigos del inmenso amor que os profesáis. Hemos compartido todo tipo de momentos a lo largo de nuestras vidas, y si alguna vez, las cosas se han tambaleado a nuestro alrededor, vosotros, como dos pilares fuertes y robustos, habéis soportado la carga. Siempre habéis estado y estáis ahí, cuidándonos y velando por nuestro bienestar.
Habéis sabido conjugar a la perfección la rectitud y el amor, habéis sido capaces de mostrarnos el camino correcto a golpe de ejemplo y constancia. Sois muy grandes y nosotros, vuestra familia, os amamos incondicionalmente.
Gracias por ser refugio constante, gracias por amarnos incluso en los momentos en los que nosotros no lo hacemos, gracias por sonreír a las dificultades, gracias por convertirnos en lo que ahora somos, gracias por enseñarnos tantas y tantas cosas que aún sin saberlo llevamos dentro.
Podéis estar seguros de que nada cae en saco roto. Ni uno solo de vuestros consejos o abrazos ha sido en vano. Vuestras enseñanzas viven en nosotros y esperamos saber transmitirlas a nuestros hijos, y que éstos a su vez las transmitan a los suyos. De nuevo y mil veces más, gracias».

Todo el mundo terminó llorando, incluido D. Braulio. Al principio el llanto asomó furtivamente y aunque los presentes intentaron disimularlo, la emoción se contagió con virulencia y cobró tanta fuerza que terminaron por sollozar a moco tendido.

Fue bonito, lacrimógeno y altamente saludable para los que adolecen de emociones atoradas. Hablar a viva voz de agradecimiento y amor supuso un bálsamo purificador gratamente bienvenido en La Ribera.

Linda Aurora no podía dejar pasar aquel intenso momento y no lo hizo. Volvió su cara hacia la de Fabián y tomó una de sus manos, la llevó hasta su vientre y en voz susurrante le confesó la certeza que aquella mismita mañana, en forma de marea y nausea se le había revelado. Esperaban un hijo. Y con una claridad que no había tenido antes, la Guardiana formuló aquella pregunta tantas veces escuchada y otras tantas veces rechazada»

Si me habéis acompañado hasta aquí durante estos días, quiero premiar de alguna manera vuestra constancia y para ello os ofrezco la posibilidad de recibir (gratis) un ejemplar en pdf de «A una Sonrisa de tu Sueño». Sólo necesitaría que por privado me facilitárais un mail.
¡Muchísimas gracias! ¡Ha sido un auténtico placer!

NOTA: La novela está disponible en formato papel en España (y resto de Europa), Colombia, México, Argentina, Perú y EEUU, pero desde aquí lo que pudo ofreceros es en formato digital (algo es algo). Un abrazo.

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