«A una Sonrisa de tu Sueño» Entrega 26

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Entrega 26

XVIII

«Rosabel pertenecía a un peculiar y poco frecuente tipo de Guardiana, las Guardianas Guía. Nacían siendo humanas y padecían una pésima y delicada salud que tenían que arrastrar hasta el momento de emerger al mundo en su forma celestial o bien, abandonarlo para siempre. Cinco años era el tiempo que disponían para ello y el recuento de las emociones que habían sentido o hecho sentir, de las palabras que habían emitido o tenido que escuchar y de los pensamientos sobre sí mismas y los demás, lo que determinaba el resultado.

Se trataba de un procedimiento rocambolesco que no siempre tenía un final feliz. La aspirante a Guardiana Guía debía encontrarse con un lugar muy especial para ella, se le conocía como «el refugio de la Guardiana» y cada una disponía del suyo en particular. No bastaba con una visita de cortesía, debía fundirse con él, sentirlo, abrazar sus árboles, sumergirse en sus aguas, acariciar su tierra… sólo si ese encuentro tenía lugar, podría ponerse en marcha el necesario recuento, de no ser así, durante el transcurso de su quinto cumpleaños, moría sin más.

Rosabel había tenido mucha suerte porque, «in extremis», el Universo le había regalado una última oportunidad en forma de excursión escolar. Pisar la fresca tierra de la Isla del Faro con los pies desnudos se había convertido en una posibilidad de salvación.

Era curioso ver cómo Guardiana y refugio se compenetraban mágicamente, compartían sus emociones aún en la distancia y si aquella mañana y motivada por un soñado encuentro la isla había dibujado su sonrisa sobre las aguas del Xuello, durante la noche y con un intenso deseo de acompañar a Rosabel en su dolor, su contorno se había moldeado para convertirse en algo parecido a una lágrima.

En el recuento todo era tenido en cuenta; las experiencias gratas, las desagradables, los hechos vitales y también los pensamientos banales. El Cielo incluía en su particular balance desde un abrazo, una sonrisa, una caricia, una buena noche de descanso, el placer de degustar una comida deliciosa, sentir el agradable calorcito de los rayos del Sol sobre la piel, la brisa agitando el cabello, la ilusión, el entusiasmo, la esperanza, el amor, la ternura, jugar, los pensamientos benévolos, reír, hacer reír, sentir la frescura del Xuello, la excitación de una excursión, recibir y hacer regalos, besar y ser besada, soñar despierta y dormida también, inspirar a otros con palabras y acciones, ser inspirado por el ejemplo de los demás, bromear, lanzarse por el tobogán, dormir junto a su abuela, mecerse en los columpios, corretear por el Jardín, escuchar historias rebosantes de magia y soñarse protagonista de las mismas, dedicarse palabras tiernas a uno mismo, hablar con ternura a los demás, desear lo mejor a todo el mundo, saberse merecedor de toda la dicha del Cielo, un constante sentimiento de abundancia y agradecimiento… el dolor de una pérdida, la frustración por no conseguir lo que uno quiere, la tristeza, sentirse enferma, débil, diferente, las mentiras, el abandono, la desilusión, el llanto, las palabras feas y los pensamientos desagradables, la burla, la impotencia… todo, era todo.

Un día de recuento era todo el tiempo que precisaba el Cielo para dilucidar su veredicto, si triunfaban las sensaciones gratas, Rosabel renacería como una Guardiana Guía, sana y perfecta haciendo gala desde el primer momento de su grandeza y exhalando una sugerente y dulzona fragancia a Miel. Junto a ella y para siempre, Aliento de Vida transformado en un majestuoso Ángel de alas doradas.

Sí, Rosabel era afortunada. Su abuela Candela había sido, sin duda, la mejor compañera de juegos y su madre con su estrafalario empeño en amar un cuerpo enfermo, la mejor influencia. A sus cinco años le resultaba sencillo y natural hablarse con cariño y contemplarse como alguien bello y hermoso a pesar de sus circunstancias. Era una niña soñadora que creía en lo invisible y se sentía invencible.

«Felicidad» amaneció con un dulzón aroma a Miel con almendras, los estados de ánimo de las Guardianas Guía, si eran intensos y sinceros, matizaban su fragancia… Miel con almendras para los sentimientos de pérdida, Miel con leche cuando se sentían tiernas y enamoradas, Miel con canela si era el nerviosismo el que imperaba, Miel con limón si estaban alegres, ilusionadas o entusiasmadas, Miel con café sin las invadía la ira y el enfado y Miel con nueces ante la preocupación. Cuando dormían o estaban en paz, el aroma a Miel, sin más, las adornaba de sensualidad con tal intensidad que siempre dejaban tras de sí una estela hipnótica de partículas imperceptibles. Rosabel se sentía poderosa, y lo era. Lástima que su madre no estuviera junto a ella para disfrutar de aquel momento.

Con los primeros rayos del Sol Linda Aurora se había lanzado por el tobogán como si huyera de las llamas de un incendio, corrido hacia el hotel exclamando a voz en grito el nombre de su tía. Tenía algo importante que compartir con Marla, algo que no podía esperar, alqo que no podía creer. Portaba en su mano derecha su parche y en los ojos, los dos, el reflejo del bosque.»

CAPITULO TERCERO

SORPRESAS, SECRETOS Y UN POQUITO DE AMOR

I

«La primera noche sin Candela fue muy dura para Linda Aurora, apenas consiguió dormir y cuando lo lograba, era mecida por atroces pesadillas. Las lágrimas le abrasaban por dentro y por fuera. El llanto y el miedo habían tomado las riendas y nada podía consolarla salvo la rítmica y serena respiración de Rosabel. A punto de despuntar el Sol despertó sobresaltada con la imagen de su madre difuminándosele en el pensamiento, no recordaba su sueño, pero sabía que Candela lo había protagonizado, podía sentir que así era, tanto como podía sentir la quemazón que las lágrimas estaban produciéndole en sus ojos. Los dos.

No entendía cómo podía ser, su ojo seco, negro y estéril no había llorado nunca, no al menos hasta donde su recuerdo le alcanzaba. Se puso en pie de un salto sin poder evitar que las sábanas se le enredasen en los pies y dando un traspiés consiguió alcanzar el espejo que tenía frente a ella. Y allí mismo, erguida y completamente despeinada comprobó por primera vez en su vida que sus ojos, los dos, eran de un azul tan intenso y brillante que enmudeció al contemplarlos.

Pensó en despertar a Fabián para decirle que un milagro le había devuelto la visión de su ojo castrado, para gritarle que su madre, desde el Cielo le había hecho un regalo maravilloso, para contarle que era una mujer mágica y entregada, que tenía un don y se debía a los demás, para pedirle que se marchara, que allí, junto a ella no tenía nada que hacer porque se había reencontrado con su propósito y éste le absorbería la vida entera. Por suerte, no lo encontró en la cama, Fabián ya se había marchado y no tuvo que escuchar todos aquellos argumentos que la euforia y la falta de cordura habían puesto en la mente de Linda Aurora.

«¡Mi tía!…» exclamó para sí antes de deslizarse por el tobogán y salir despavorida en dirección al hotel.

Vestía un camisón violeta, iba descalza, con la melena roja alborotada y agarrando con fuerza en su mano derecha el parche bajo el que en tantas ocasiones ocultara su ojo. Exclamaba…»¡Pío! ¡Pío! ¡Pío!…» y no le importó no conseguir respuesta alguna, porque en realidad no la esperaba, como tampoco esperaba toparse con un huésped que al ver cómo se aproximaba semejante estampa solo pensó en huir. No pudo, en cuanto fijó su mirada en la de Linda Aurora comenzó a balbucear frases, que si bien parecían encontrarse fuera de contexto, tenían todo el sentido del mundo para él… «no la quiero, a mis hijos sí, pero a ella no… ¿qué puedo hacer?, le he sido infiel, lo confieso… he sido infiel en tantas ocasiones y con tantas mujeres que ya no puedo ni recordar con cuántas… y la culpa me está matando, cada vez que me regala una sonrisa o recibo un abrazo de mis hijos la culpa me asesta una nueva puñalada…» y mientras expresaba sus auténticos pensamientos y buscaba expiar su culpa, corría. Y sin mirar atrás corrió como un loco en busca de su destino, y tomó el sendero en dirección a La Aldea corriendo cada vez más y más deprisa porque mientras la culpa se iba quedando atrás y su lastre disminuyendo, él se iba volviendo más ligero.

Linda Aurora se quedó petrificada ante la visión de aquel señor fuera de sí exclamando a los cuatro vientos sus verdades más íntimas mientras huía de la culpa hacia Dios sabe dónde. Era la primera vez que sentía el poder de su don y se asustó. Se asustó porque sintió la enorme responsabilidad que sobre ella recaía, vio en los ojos de aquel señor un miedo tremendo, el miedo a reconocer la verdad de sus emociones, el miedo a hacer lo que realmente sabía que tenía que hacer, el miedo a ser sincero, el miedo a tomar la decisión adecuada, el miedo a las consecuencias de esa decisión, el miedo a volver a empezar, el miedo a mirarse a los ojos sin mentiras ni disfraces. Supo que cuando un humano se reflejaba en sus ojos de Guardiana, se encontraba cara a cara con su propia alma, y entendió que al descubrirse a sí mismo tal y como es, quedaba libre de cualquier carga que hubiera tenido que soportar hasta el momento en su vida, y que era precisamente esa libertad la que le otorgaba la fuerza necesaria para volver a empezar de nuevo. Pero sobre todo pudo sentir el inmenso poder que tenía y el peligro que esto suponía, se recordó a sí misma y en milésimas de segundo que su propósito era entregarse a los demás, que el poder sería una magnífica herramienta si lo ponía al servicio de los demás, pero un arma letal si se limitaba a utilizarlo tan sólo en beneficio propio; y dejando caer el parche en el suelo extendió sus brazos a ambos lados de su cuerpo y con las palmas de las manos hacia el Cielo susurró un sincero… «qué puedo hacer por ti?»

Nadie la escuchó, el recién exculpado encontraba ya lejos.

Lentamente recogió el parche del suelo y agradeciendo que su tía no se encontraba en el hotel, regresó a «Felicidad» con su ojo oculto como de costumbre.

Ante las puertas de su hogar sintió un intenso aroma a Miel, un aroma amargo y envolvente que parecía querer abrazarla y consolarla y supo que aquella mañana no había tenido lugar en su vida un milagro, sino dos, y sonrió al recordar las palabras con las que Pío insistía en que los milagros suceden con frecuencia porque no tienen nada de extraordinarios.»

II

» Marla también afrontó la primera noche sin Candela en la compañía del desvelo. Con una serenidad impropia para la ocasión sirvió la cena al matrimonio que se hospedaba en el hotel y tras darles las buenas noches subió a la buhardilla. Tomó su libro sagrado y anotó un escueto y revelador… «he vuelto». A continuación, cogió todos y cada uno de sus guantes y los metió en una bolsa de tela, los sentimientos que acompañaban a este gesto le resultaban familiares, había tenido oportunidad de experimentarlos cuanto tras la muerte de su madre decidiera volver a comprometerse con su propósito de Guardiana. Resultaba curioso comprobar como un punto final en la existencia de un ser querido, suponía de nuevo para ella la oportunidad de un comienzo.

Con la noche como testigo se dirigió hacia el Jardín y arrodillándose junto a los jazmines enterró sus dedos en la tierra una y otra vez. Sonreía. Estaba segura de lo que hacía y esa claridad le producía una dicha difícil de explicar. Allí mismo enterró sus guantes y con ellos la promesa que años atrás hiciera a su hermana… «Candela, mi niña, sé que te hice una promesa, pero no puedo más. Me añoro. Os añoro. Necesito ser quién soy. Soy la Guardiana de la Ilusión y como tal viviré lo que me reste…», a sus palabras se unió un intenso aroma a Lavanda junto a una profunda aceptación proveniente del más allá.. «Agradezco mi don, agradezco mi naturaleza y agradezco la claridad que he encontrado en medio del dolor. Ahora sé que no hay promesa terrenal que pueda anteponerse a mi compromiso con Dios».

Terminado su particular ritual se puso en pie de un salto y llena de entusiasmo y energía corrió hacia el hotel, lo atravesó y subida en su bicicleta verde pedaleó sendero abajo con la luna todavía presente.

Cuando llegó a La Aldea se mostraba pletórica. Sin dejar de sonreír y parlotear se sentó en el borde de la fuente del Parque Maravillas a esperar almas que abrazar. Cualquier intento por detener o aminorar su creciente verborrea resultaba infructuoso. Al principio se trataron tan sólo de pensamientos, pero en poco tiempo se convirtieron en palabras susurradas que terminaron siendo exclamadas a viva voz… «si tienes un don, debes compartirlo sin importar los motivos para hacerlo. Si no lo quieres compartir, ¡está bien!, pero no te escudes en el miedo o la pereza, sólo son excusas y al Cielo no le valen, no tiene oídos para las excusas…» , hablaba al viento, a la luna, a un perro que paseaba distraído, a las primeras luces del amanecer y a un madrugador que de camino al trabajo se vio sorprendido por su discurso… «dices que no tienes nada que ofrecer, ¡mentira!, date a través de «eso» que se te da tan bien; «eso» que, harías siempre porque te hace feliz, las horas se detienen y pierdes la noción del tiempo; «eso» de lo que no te cansas nunca; ¡»eso», es tu don! ¡tu regalo! ¡el Cielo no se equivoca nunca y te lo ha dado para que lo disfrutes y lo compartas!…», al primer despistado fueron uniéndose otros y pronto se formó un reducido grupo de aldeanos que escuchaban atónitos el mensaje de Marla… «¿no sabes cómo hacerlo?, no importa, comienza con tu familia, tus amigos, comparte contigo mismo frente al espejo si es necesario, hazlo en sueños, ¡pero comienza! Planta en tu mente la semilla de este pensamiento: deseo compartir mi don con el mundo entero. Repítelo hasta que forme parte de cada una de tus células… ¡Expándete!»

Lo intempestivo de la hora salvó a Marla de la hecatombe. Afortunadamente sus palabras no encontraron demasiadas almas humanas en las que refugiarse. La euforia que mostraba bien podría entenderse como un brote psicótico propiciado por el dolor o incluso los primeros e inequívocos síntomas de aquella extraña enfermedad mental que padecía su familia. En cualquier caso, para cuando el ajetreo matinal quiso hacer acto de presencia, Marla se encontraba exhausta de tanto ir y venir en cortos paseos alrededor de la plaza. El silencio por cansancio se impuso y fue entonces cuando los abrazos de Guardiana se abrieron paso; sin ningún tipo de miramiento se fue abalanzando hacia cada cuerpo que encontraba en su camino, sin importarle si éste pertenecía a un animal o una persona, con el firme propósito de fundirse con él. Al principio dirigió su actividad a los presentes en el parque, más tarde sumió en su delirio a los transeúntes que paseaban por las calles adyacentes y para cuando las campanas de la iglesia anunciaron las 10, era difícil encontrar habitante en La Aldea que hubiera podido escapar de ella. La ilusión y el entusiasmo reinarían en aquel lugar durante semanas enteras, la preocupación de los lugareños por la salud mental de aquella maravillosa mujer, mucho más.

Y tal como llegó, se marchó. Se sentía ligera y despejada a pesar de no haber dormido en toda la noche. En la puerta del hotel le esperaban Linda Aurora y Rosael. No hizo falta hablar. El intenso aroma a Miel fue el mensajero de la buena nueva y como si todavía estuviera poseída por una fuerza de otro lugar, Marla se bajó de su bicicleta dejándola tirada ante la puerta, pasó junto a ellas y corriendo como una exhalación alcanzó la buhardilla desde donde les gritó un enérgico «¡vamos!»

Había llegado el momento de romper candados y develar secretos.»

Espero que os haya gustado este fragmento. Mañana continuaremos con historias de Guardianas, seguiremos soñando y conservando intacta nuestra esperanza en que algo bueno estar por llegar.

Gracias por estar ahí.

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