Respirar

Hoy voy a atreverme con algo diferente.

A ver si os gusta.

RESPIRAR

«Érase una vez un pececito ensimismado y distraído que iba y venía recorriendo cada rincón y escondrijo que encontraba a su paso. Vivía en una burbuja y ¡le encantaba!

Creía que su reino era un lugar seguro que lo mantenía a salvo de peligros y contratiempos y no le importaba que tal fortaleza, al tiempo que lo protegía, lo alejara de sorpresas y descubrimientos.

Pero estaba equivocado, vivía bajo el engaño, su propio engaño.

Su hogar era un lugar inhóspito carente de lo más esencial, el agua. Por eso, de vez en cuando nuestro pececito sentía que se asfixiaba, que necesitaba ir más allá a pesar del miedo que le producían tantos peligros como intuía al otro lado.

Esa necesidad, ese miedo, esa asfixia le recordaban de repente y con brusquedad que no era más que un pez. Que sentirse seguro no era suficiente, que necesitaba respirar.

Y así, con todo ese miedo y toda su necesidad se armaba de valor y emprendía su jornada.

Unas gotitas de agua, solo unas gotitas que mendigaba aquí y allá le bastaban. En algunas ocasiones, incluso el mismísimo fango le había sabido a gloria.

Una respiración más. Solo una.

Pero, ¿qué hacer cuando no queden oasis, cuando su burbuja se convierta definitivamente en cárcel, cuando sucumba a esa asfixia permanente y constante?»

Concepción Hernández.

Yo también he sentido esa sensación de asfixia en alguna ocasión y he ido presta a respirar en una conversación agradable, en un paseo, una taza de café, un buen libro, un abrazo sincero, en la música, el silencio y la soledad deseada, en algunas miradas y en todas las sonrisas.

Y tú, ¿en qué respiras?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.