«A una Sonrisa de tu Sueño» Entrega 25

¡Buenos días!
Nueva entrega de «A una Sonrisa de tu Sueño» y con ésta, ¡ya son 25!
Seguimos encontrándonos, seguimos compartiendo.
Recordad que tenéis la novela desde el principio en mi muro (click en mi foto o nombre y ¡listo!)

XVI

» A las 12 de la mañana de un 18 de abril, ocurrió. Un cliente fue quien dio la voz de alarma. El cuerpo inerte de Candela descansaba en el Jardín, estaba tumbada en un banco frente a los Jazmines rodeada por centenares de semillas blancas de dientes de león que revoloteaban a su alrededor una y otra vez. En el suelo, su regadera.

Cuando Marla fue a verla, llevó consigo una colcha celeste, la brisa de aquella mañana era fresca. Cerró la puerta del Jardín y se dirigió con paso lento hacia su hermana, la tapó con ternura, la besó en la frente, le susurró un sentido… «te amo, hermanita, descansa en paz…» y se sentó junto a ella a contemplar los jazmines y un hermoso arco iris que brillaba en el cielo sin ton ni son. La Guardiana del Miedo, Candela, había alcanzado la Paz a los 46 años.

Minutos después la puerta del Jardín se abrió y Linda Aurora recorrió los escasos metros que la separaban de su madre como una exhalación. Lloraba. Se arrodilló junto a ella y la abrazó con fuerza. Marla se unió al abrazo. Esa fue su única y verdadera despedida, lo demás, un paripé que querían que terminara antes de haber comenzado.

– Voy a avisar a Fabián – fueron las primeras palabras que pronunció Linda Aurora limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano – le diré a Ana que recoja a Rosabel, no quiero que asista al funeral, no lo necesita. Hablaré con ella después.

– Está bien, cariño – poco tenía que decir al respecto – llamaré al médico y le pediré a D. Braulio que prepare la misa para esta tarde. No quiero pésames, ni paseos, ni visitas – se puso en pie – voy a decir a todo el mundo que se marche.

«… lo siento, cariño, lo siento mucho, arreglo los turnos y voy para allá, llego en cuanto pueda. ¿Cómo estás? ¿Y Rosabel, se lo has dicho? Suspendo la fiesta y ya veremos más adelante, tú de eso no te preocupes…» fueron las palabras de Fabián.

El médico certificó el fallecimiento de Candela y el cura aceptó celebrar su funeral aquella misma tarde, pero el paseo por las calles de La Aldea era de obligado cumplimiento. Lo marcaba la tradición y las buenas familias enterraban así a sus muertos. Si querían un cura, aquello no era negociable.

Linda Aurora que creía sentirse huérfana desde hacía tiempo, ahora sabía que se equivocaba. Paseando tras el féretro de su madre junto a su tía, sentía cómo se iba rompiendo por dentro, no encontraba palabras para definir sus emociones, aquella tristeza debía ser lo más parecido a lo que puede sentir un árbol cuando se le siegan las raíces, o una flor cuando es arrancada brutalmente de la tierra. Tenía que afrontar cómo hablar con Rosabel, contarle lo que había pasado y consolarle la pena, estaba segura de que el dolor de su hija le dolería más que el suyo propio. Quería cerrar los ojos y no despertar jamás, pero tenía que pasear, rezar, llorar, implorar y partirle el corazón a su hija.»

XVII

» – No te preocupes mamá, yo la traeré de vuelta… – fueron las palabras de Rosabel tras conocer la muerte de su abuela. Madre e hija se balanceaban en los columpios de «Felicidad» mientras Fabián las contemplaba con el rictus serio desde la balconada. La noche, con su discurrir habitual, se iba adueñando por momentos de la escena.

– No es posible, cariño – le dijo Linda Aurora reprimiendo el llanto.

– ¿Cómo que no? – estaba realmente sorprendida – siempre me has dicho que mi mente es poderosa, que no hay nada que no pueda hacer, ser o tener.

– Sí, pero…

– ¡Odio esa palabra!, ¡no digas, «pero»!, ¡no digas, «no»! – exclamó enfadada – ¡Quiero hablar con mi abuelo y eso es lo que haré! – se lanzó al suelo desde el columpio y subió las escaleras a la carrera.

– Cariño… – Fabián intentó detenerla, pero Rosabel pasó de largo directa a su habitación, se lanzó sobre la cama que tantas veces compartiera con su abuela y se rindió al llanto y a la frustración.

Linda Aurora a golpe de repetición había inculcado en su hija esa creencia, hasta la saciedad le había dicho lo poderosa que era su mente, y a pesar de creer realmente lo que le decía, ni siquiera ella era capaz de calibrar el auténtico poder que encierra tal afirmación. Por suerte, tampoco conocía la cruenta lucha que se estaba produciendo en el cuerpo de su hija. Apenas unas horas la separaban de un desenlace que cambiaría su vida para siempre, ya todo dependía de las fuerzas que habitaban en Rosabel, si vencía el bien, despertaría arropada por un fragante aroma, pero si por el contrario era el mal quien triunfaba, se sumiría en un profundo sueño para más tarde abandonar esta vida por completo.

– Ven – Fabián llamó a Linda Aurora y le indicó con un gesto que se reuniera con él – necesita tiempo, es pequeña – dijo intentando disculpar a su hija.

– Lo sé, supongo que el tiempo… – se acercó a Fabián y se abrazaron, pero no encontró consuelo en sus brazos – le he hablado de la muerte de mi madre tal y como ella me habló de la muerte de mi abuela – intentaba justificarse porque de alguna manera la persistente culpa se empeñaba en hacerla sentir responsable de todas y cada una de las emociones y decisiones de su hija, y es que desde que estrenara maternidad esa incómoda sensación de no estar haciendo las cosas bien se había convertido en un componente más de su relación con Rosabel.

– Cariño, es pequeña – reiteró su argumento porque no sabía qué decir, no sabía qué hacer ni cómo consolarla. Deseaba estar en cualquier otro lugar y de haber podido decidir se hubiera marchado lejos hasta que aquella «situación» amainara y todo volviera a estar en calma.

– Pero es que a mí, Manuela me daba miedo, en cambio Rosabel ama… – hizo una pausa para emplear la conjugación adecuada -…digo, amaba a mi madre más de lo que creo que me ama a mí – el dolor de su hija por aquella despedida conseguía mitigar el suyo, nunca pensó que el dolor ajeno pudiera doler más que el propio, pero así era. Linda Aurora sólo deseaba consolar a su hija sin preocuparse por su propio consuelo.

– ¿Y tu tía? – preguntó Fabián.

– Tranquila, entera, serena – respondió buscando de nuevo un abrazo en el que consolarse – quizá demasiado.

– ¿Se han marchado todos los huéspedes? – acariciaba el pelo rojo de Linda Aurora y lo besaba con ternura de tanto en tanto – no sé si es buena idea que se quede sola en el hotel esta noche, ¿quieres que vaya a buscarla? – preguntó con sincera preocupación.

– No está sola, un matrimonio ha decidido quedarse hasta mañana – respondió – creo que se marchaban temprano.

– Yo también tengo que marcharme temprano – dijo con pesar – pero vuelvo por la tarde y me quedo con vosotras toda la semana.

– Gracias – musitó – no te preocupes, estaremos bien.

– ¿Rosabel ha dicho algo de su cumpleaños?

– No, nada, creo que ni se ha acordado.

– Bueno, más adelante cuando recuperemos la ilusión y las ganas le organizaré una bonita fiesta.

– Está bien.

La conversación no se prolongó mucho más tiempo, Fabián estaba deseando tomarse un respiro y marcharse a descansar y Linda Aurora quedarse sola y desahogarse con Pío. Sabía que, debido a su estado de ánimo colmado de pena y dolor, no sería capaz de escucharlo, pero también estaba segura de su compañía porque un intenso aroma a Café aderezado con Jazmines impregnaba todo el bosque. En cuanto se quedó a solas, se sentó en el suelo, cruzó sus piernas y miró al Cielo antes de comenzar a hablar:

– ¿Sabes? Hoy me ha perseguido durante todo el día un arco iris. Allá donde mirara, estaba. Y ahora me he dado cuenta de que se trata de ella. Mi madre está aquí. Todavía puedo sentirla – y ante el recuerdo de su madre, sonrió.

A Linda Aurora no le cabía la menor duda, Candela amaba los arco iris y siempre que la lluvia se marchaba, salía en su busca. Cuando no los encontraba regresaba cabizbaja y sin ganas de comer, pero cuando podía disfrutar de sus colores, animaba a todo el mundo a salir a contemplar aquella belleza. Estaba segura, aquel insistente arco iris que había lucido hermosos colores pastel todo el día, era su madre en gloriosa despedida.

No tardó en marcharse a la cama, como no tardó en abandonarla. Se levantó insomne y con el ojo enrojecido por la falta de sueño y el llanto derramado. Le había sorprendido al reacción de Marla, suponía que las circunstancias y el prolongado aviso que la muerte les había procurado ella misma debía haber respondido así, pero la despedida la desesperaba y no podía encontrar sosiego en nada. Se dirigió hacia la habitación de Rosabel y se acurrucó junto a ella. No podía compartir su dolor con Fabián porque a él, no le dolía, en cambio, el tibio y suave cuerpo de su niña la consoló de inmediato. La abrazó, la besó y antes de que el sueño la venciera solo acertó a pronunciar.. «todo está bien, mi amor, soy mami…», pero no lo estaba, en su niña continuaba desarrollándose aquel particular y silencioso duelo que se prolongaría hasta que los primeros rayos de Sol aparecieran en el horizonte.

Pío, el eterno observador, hizo su contribución. Potenció su aroma a Café para hacerse notar y extendió su enorme ala cubriendo a madre e hija de bendiciones y serena aceptación.»

Mañana será un día de revelaciones…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.