«A una Sonrisa de tu Sueño» Entrega 24

¡Estrenamos semana!
Entrega 24 de «A una Sonrisa de tu Sueño».

XV

» – Cariño, en el delta se mezcla el agua dulce del río con el agua salada del mar – Linda Aurora intentaba distraer a su hija para poder peinarla. Rosabel odiaba el peine. Lucía flequillo y una melenita a la altura de la barbilla que era mucho más corta en la zona de la nuca – estate quieta, por favor, llegamos tarde.

– No quiero ir, quiero quedarme aquí – se quejaba.

– Hay aves preciosas con un montón de colores y plantas que sólo crecen allí… – seguía con su discurso intentando distraerla, pero cada queja de su hija le recordaba los reproches que Fabián le hacía continuamente… «muy pero que muy consentida, sí señor».

– ¡Qué no quiero ir!

– ¿Puedo ir yo? ¿No? ¡Pues sí! ¡Yo me voy y punto! – exclamaba Candela a cada momento.

La excursión de Rosabel resultaba de lo más sugerente, llegarían al embarcadero del delta en autobús y navegarían por las aguas del Xuello hasta alcanzar, en la otra orilla, un pequeño islote ahora deshabitado, a popular Isla del Faro.

Era un paraíso de tierra poblado por aves acuáticas que parecían proceder de otros mundos y una vegetación tan abundante y exótica como singular. La unión de aguas dulces y saladas estimulaba el crecimiento de plantas que no podían encontrarse en ninguna otra parte y que, entre las cañas y los juncos, sobresalían con alegres colores predominando el amarillo, el morado y el blanco.

La maestra de Rosabel llevaba una semana entera preparando a los niños para la excursión. Aprovechaba sus clases para hablarles del delta y la isla, les había enseñado fotografías de las aves y también del faro. Era enorme, altísimo y muy viejo. En la antigüedad había guiado a barcos y marineros, pero de repente, un buen día, su luz dejó de brillar.

A Rosabel los pájaros no le llamaron especialmente la atención, tenían picos, ojos, patas, algunos mezclaban el blanco y el rosado en su plumaje, en fin, lo normal para un pájaro, pero le impresionó la cantidad de personas yendo de un lugar a otro, haciéndose fotografías en cualquier rincón y comprando inútiles recuerdos. Aquella muchedumbre le agobiaba y la charla de su profesora le aburría. Estaba deseando regresar a «Felicidad» para poder disfrutar, de una vez por todas, de su cumpleaños.

Los únicos pensamientos que mantenían sus bostezos a raya incluían exclamaciones como ¡navegar!, ¡qué ilusión! Pronto se subiría a una enorme barcaza azul y cruzaría el Xuello para conocer de cerca la dichosa Isla y su dichoso faro.

El paseo en barco no cumplió sus expectativas por completo, no fue excitante ni emocionante, pero al menos vio algún que otro pececillo. En los escasos diez minutos que duraba el recorrido no cesaron los entusiasmados… «¡ah!, ¡oh!, ¡mira, mira!, ¡qué bonito!» de los niños, junto a frenéticos…»¡no poneros de pie!, ¡niños, todos sentados! ¡qué me enfado, ¿eh?!», de su profesora.

En cuanto Rosabel puso un pie en la Isla, sin pedir permiso ni pensárselo demasiado, se quitó sus zapatitos y también sus calcetines. En el preciso momento en el que su piel entró en contacto con la tierra, un extraño frío se le metió en el cuerpo, sus entrañas se hicieron un lío y el estómago se le cerró por completo… «¿te encuentras bien?…» le preguntó su maestra al verla palidecer… «¡ponte los zapatos!…» No dio tiempo a más, la niña se desplomó sobre la tierra y dejó de responder a estímulos.

Poner sus pies en alto y girarle la carita dejándole epacio para recibir todo el aire posible era el protocolo a seguir. No era su primer desmayo y la actuación de su profesora fue rápida y eficaz. Aunque Linda Aurora se empeñara en proclamar a los cuatro vientos la estupenda salud de su hija, todo el mundo sabía que era una niña enfermiza y débil que de tanto en tanto los entretenía con sustos de este tipo. Lo que no sabían era que éste no se trataba de un susto más. Nadie lo vio, ni siquiera lo sintió, pero una nebulosa dorada compuesta por millones de partículas de un tamaño casi imperceptible fue penetrando en el cuerpo de la niña a través de su oreja derecha. «Aliento de vida», un fino polvo dorado iluminado con los mismísimos rayos del Sol, acudió desde la nada para anidar en el cuerpo yacente de Rosabel. En apenas un minuto, cada una de sus células brillaba en dorado por la presencia de ese extraño elemento.

La cuenta atrás había comenzado. Las cuentan tenían que saldarse y así sería.

Si los allí presentes no hubieran estado tan entretenidos reanimándola, habrían podido percatarse de la tenue luz blanca que emanó del faro, apenas un destello cientos de años callado. Habrían escuchado el particular canto de los pájaros celebrando con su trino un esperado y gozoso encuentro. Se habrían deleitado con el sensual baile de las plantas que se mecían al son que marcaban las aves. Y quién sabe si habrían sentido el movimiento de la tierra bajo sus pies, moldeándose a sí misa con el fin de dibujar en las aguas del Xuello una espléndida sonrisa. Ella estaba allí. La Isla del Faro, era feliz.

El resto del día transcurrió sin incidencias, aunque Rosabel ya no fue capaz de comer ni beber nada. Había conocido el delta, sus pájaros, sus plantas, su isla y su faro. Estaba deseando regresar a casa. En el autobús de vuelta le corearon «Cumpleaños Feliz» y ella prometió golosinas para todos al día siguiente. Su parada era la última, primero bajarían los niños de La Laguna, a continuación, los de La Aldea y finalmente el gentil autobusero la llevaría hasta las puertas del hotel de El Bosque.

Cuando se detuvieron en la primera parada algunos niños dormían. Rosabel miró por la ventanilla y se sorprendió a ver a Ana charlar con la profesora, poco después ésta, se dirigía con paso lento y rictus serio hacia su asiento.

– Baja, cariño, te quedas con Ana.

– No puedo, me espera mi mamá en el hotel – le tenían dicho que no se fuera con nadie – hoy es mi cumple – dijo quejosa.

– Vamos – la tomó de la mano desoyéndola – tu mamá ha dicho que te quedes en casa de Ana – la ayudó a ponerse la mochila en la espalda y la acompañó hasta las escaleras obligándola a bajar.

– ¡Hola preciosa! – exclamó Ana – esta tarde la pasamos juntas.

– ¿Y mi mamá? – insistió Rosabel a punto de llorar – quiro a mi mamá – temía que le hubiera pasado algo – quiero a mi mamá – repitió de nuevo negándose a dar la mano a Ana.

– Vamos a casa y desde allí la llamamos, ¿vale? – sonrió y le tendió de nuevo su mano – me han dicho que hoy es el cumpleaños de una princesita, ¿conoces a alguna princesita que hoy cumpla cinco años? – Rosabel se relajó, medio sonrió y accedió a acompañarla. Seguro que le estaban preparando una maravillosa fiesta.»

Mañana más…

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