«A una Sonrisa de tu Sueño» Entrega 22

Otro día para la reflexión.
Elegir pensamientos de esperanza, elegir a favor del altruismo y la solidaridad.
«A una Sonrisa de tu Sueño». Entrega 22. (Página 131 de 390)

XII

«Pasadas las ocho y de camino hacia «Felicidad», Candela sorprendió a su hija con un inesperado «gracias».

-¿Por? – preguntó Linda Aurora sorprendida.

– Por echar al cura.

– ¡Ah! ¡Por eso! – no pudo reprimir la risa – no fue nada, se lo tenía bien merecido, él se lo buscó. ¿Quieres llevar hoy la cesta? – en aquella ocasión contenía dos tomos de lomo rojo ocultos bajo un enorme ramo de margaritas y dos melocotones – toma mamá – sabía la ilusión que le hacía.

El episodio al que se refería se remontaba a días atrás. El cura había merendado en el hotel, y no era nada extraño, porque de tanto en tanto pretextaba cualquier cosa con el fin de disfrutar de los deliciosos manjares que preparaba Marla. Para distraer el tiempo pidió a la pequeña Rosabel que le indicara cómo se llamaban las partes de su cuerpo, no era la primera vez que lo hacía, pero sí la primera vez que Linda Aurora lo presenciaba. A D. Braulio le hacía gracia, quizá demasiada, cómo la niña lo adjetivaba. Ante sus primeras risotadas, Linda Auora puso mala cara, pero cuando Candela, inocentemente e intentando dar lo mejor de sí misma comenzó a imitar a su nieta repitiendo lo que ésta decía, el sacerdote reaccionó de un modo totalmente reprobable, carcajadas fuera de tono que la Guardiana no estaba dispuesta a tolerar. Ella había soportado todas las burlas que su familia tendría que sufrir, sencillamente, no había espacio para más humillación, por lo que sin pensarlo demasiado se levantó hecha un basilisco y señalando hacia la puerta de la calle le gritó un… «¡fuera de aquí! ¡ahora!», que no necesitó más aclaración.

Para Linda Aurora cada risita de su madre, cada comentario fuera de tono, cada carrera por el hotel, chapuzón en el río, travesura o alusión a Manuela como si acabara de verla, era equiparable a un golpe de tos, esputo sanguinolento, fiebre o ataque agudo de dolor en un paciente terminal. Su madre se moría y aquellos desvaríos le recordaban con insistencia que… «en cualquier momento…» era la fecha en la que su madre se marcharía.

Hacía poco que Ana había llorado entre sus brazos la repentina pérdida de su padre, y aunque la acompañó en su dolor con palabras de consuelo que nunca consuelan, y le aseguró la compañía de Candela para aliviarle la pena, no pudo evitar sentir una terrible punzada de envidia. Su amiga despediría a su padre para siempre, pero lo haría tan sólo una vez, ella en cambio, estaba sufriendo una continua y desesperante despedida desde hacía años».

XIII

«La noche era perfecta y serena con una luna reinando en lo algo, redonda y brillante. El sonido del río se sumaba al canto de los grillos y Linda Aurora, sabiéndose una privilegiada, disfrutaba de aquel magnífico paisaje.

La balconada era un lugar perfecto para soñar, y el té con hierbabuena que se había preparado, la mejor de las compañías. Estaba deseando sumergirse en los misterios de las Guardianas y dejarse seducir por aquellas mujeres a las que veneraba. Abrió por enésima vez el libro titulado «Ajo» y tras dar un pequeño sorbo a su té, leyó en voz alta:

«La Guardiana cuyo Ángel exhala un potente aroma a Ajo es la Guardiana del Milagro. Dicha fragancia aparecerá en dos momentos de su vida: su nacimiento y su muerte.
Su don consiste en una milagrosa facultad para resucitar seres vivos, ya sean humanos, animales o vegetales, pero tan sólo podrán ejercerlo en una ocasión. No son ellas quienes deciden a quien salvar de la muerte, eso corresponde al Cielo.
Cuando comiencen a exhalar su aroma a ajo, besarán al moribundo insuflándole aliento de vida y éste, renacerá.
A partir de ese momento disponen de poco tiempo, apenas unas horas, para anotar en su libro con quién y bajo qué circunstancias han ejercido su don. A continuación, su cabello se irá tiñendo de blanco y poco después, harán su transición».

Tal y como marcaba la tradición, cada vez que nacía una Guardiana debía inscribirse en su libro correspondiente. Estar inscrita en uno de aquellos libros sagrados la comprometía a anotar todas las incidencias o circunstancias de su vida estuvieran relacionadas con su condición celestial, o no.

El libro titulado «Ajo» apenas contenía veinte anotaciones.

A Linda Aurora le resultaba muy difícil escribir en el suyo. Sentía que no tenía nada que compartir con el mundo, salvo su frustración. Fue Berta quien justo después de su nacimiento y en absoluto secreto decidió inscribirla. La primera vez que vio su nombre escrito en aquel libro, casi pierde la razón. Se sintió tan poderosa que creyó no necesitar sus respiraciones para seguir existiendo. Se vio a sí misma espléndida y hermosa, pero sobre todo útil porque su vida tenía sentido y propósito. Aquella sensación de invencibilidad apenas duró un instante, no tardó en recordar que su madre le había arrebatado su don y a partir de ese momento hasta el actual, seis años después, se había limitado a escribir una cínica e irónica anotación el día de su cumpleaños… «sigo viva y por supuesto, sin mi don».

Cuando descubrió la entrega y generosidad absoluta de las Guardianas del Milagro, sintió escalofríos por ellas, alivio porque ningún ser amado olía a ajo y vergüenza por la frívola huella que estaba dejando tras de sí.

Todas eran admirables, pero una en especial, la tenía totalmente impresionada. Había escrito con caligrafía infantil casi ilegible por su temprana edad… «roble, tras un incendio». El resto de los testimonios reflejaban situaciones tan variopintas como singulares… «niña, ahogamiento en el río… perro, envenenado… rosal, aplastamiento… madre, infección postparto… pájaro, cazador sin escrúpulos… maestro, accidente de bicicleta… niño, caída… haya, sequía… hormiga, pisotón… abuelo, fiebre».

Aunque la lectura de este libro siempre la dejaba consternada, por alguna razón que desconocía, nunca pasaba mucho tiempo antes de que tuviera deseos de volver a leerlo. Se le despertaba la reflexión y sin darse cuenta terminaba planteándose cuestiones que no era capaz de resolver… «¿qué macabro equilibrio hay en el Universo que antepone la vida de una hormiga a la de una niña?, ¿merece la pena esta entrega tan absoluta?, ¿si hay Guardianas que tan sólo pueden desempeñar su don en una ocasión, habrá también Guardianas que puedan desempeñar más de un don a lo largo de su existencia?»

Aquella noche lanzó sus interrogantes tan alto como pudo y esperó la respuesta de Pío. Y tuvo que esperar mucho porque su Ángel parecía no encontrarse cerca. Nada más lejos de la realidad. Aunque se hiciera de rogar, siempre estaba presente, vigilando con atención cada uno de los pensamientos y emociones de Linda Aurora.

Y ahora, la Guardiana pensaba que era una pena que su abuela hubiera decidido terminar con todos los libros sagrados, porque intuía, intuyendo bien, que la vida de cientos de mágicas mujeres se habían perdido para siempre.

No eran cientos las Guardianas que habían existido, sino miles y sí, era una pena que nadie pudiera beneficiarse de sus experiencias. La última Guardiana de la Gratitud y su delicioso aroma a Pan Recién Horneado caería en el olvido. Era capaz de llenar al humano de una completa apreciación por su vida simplemente tocándole con uno de sus dedos la punta de la nariz. Esa sensación grata y serena de agradecimiento conseguía mitigar todos sus pesares. A Linda Aurora le hubiera encantado conocer a la Guardiana de la Curiosidad, olía a Fresas y cuando exclamaba «¡oh!», despertaba en todos los que la escuchaban un intenso afán por investigar, conocer y saber; se convertían en seres inquietos y perseverantes. Curiosidad y perseverancia constituían dos importantes elementos a la hora de alcanzar objetivos increíbles.

Y como éstas, muchas más, hacía más de cien años que en la Tierra no habitaba una Guardiana de la Verdad, y era una lástima, cuando chasqueaba sus dedos el humano que estuviera frente a ella se veía obligado a decirse la verdad a sí mismo, y era difícil encontrarla a solas, porque su delicioso aroma a Galletas le confería un aire familiar que le procuraba compañía en todo momento. Fueron muchos los beneficiados de su don, casi tantos como los que consiguiera la Guardiana de la Valentía junto a su Ángel con aroma a Ropa Limpia.

La noche estaba dejando paso a la madrugada y Linda Aurora mostraba signos evidentes de cansancio, era hora de irse a la cama. Se puso en pie y lanzando una mirada desafiante al cielo, susurró… «muy bien Pío, como quieras, quédate en tu maravilloso mundo de Luz que yo me voy a dormir».

– Buenas noches, cariño, que descanses

– ¡A buenas horas! – exclamó entrando en «Felicidad» – ¿has oído mis preguntas?

– Todas y cada una – dijo en un tono que a Linda Aurora le resultó burlón – he escuchado las que has formulado, y también las que no, y sí, mi niña, los milagros existen.

– No lo dudo – dijo quitándose el parche, poniéndolo en el cajón de su mesita de noche y tumbándose sobre la cama. Las habilidades de Pío siempre la sorprendían.

– Sí lo haces – replicó su Ángel – cada vez que relees las admirables hazañas de las Guardianas del Milagro lo haces, y te digo que sí, que los milagros existen y no tienen nada de extraordinarios.

– ¿En serio? – preguntó con una media sonrisa.

– Pues sí, pequeña, los milagros no tienen nada de extraordinario, tan sólo se trata de sucesos que no pueden explicarse con la lógica y la razón de los humanos, pero ten por seguro que se ciñen perfectamente a las leyes del Universo. No hay milagros grandes o pequeños, fáciles o difíciles, rápidos o lentos, esas diferencias se encuentran en las mentes humanas. Los milagros son completamente naturales y además, todos iguales.

– Si tú lo dices – no estaba demasiado convencida, pero no tenía fuerzas para la réplica.

– Y en cuanto a tu otro anhelo…

– ¿Otro anhelo? – preguntó temiendo que la conversación se alargara por mucho más tiempo.

– Si te intriga la idea de poder tener más dones, prueba, ¿qué tienes que perder?

Linda Aurora sonrió, Pío y sus retos. Se quedó dormida de inmediato con una idea nueva vagando por su mente… «¿y si tuviera otros dones?…» y amaneció con la firme determinación de salir de dudas.»

Mañana volveré a compartir con vosotros un nuevo fragmento de esta novela, un nuevo pedacito de mí. Mientras tanto, haré mías las palabras de Pío y afirmaré que los milagros existen y que además no tienen nada de extraordinarios.

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